Club Literario de Miami

Un lugar para la nueva literatura en Español

Tuesday, July 18, 2006

Sueños

Sueños


Un hombre se pasea por el jardín central del recinto. Yo lo observo desde el segundo piso donde me encuentro. El señor lleva consigo un abrigo de terciopelo, doblado en su antebrazo izquierdo. Camina sobre hojas secas y exhala su aliento en ráfagas de humo caliente.
Observa hacia todos los lados sin detallar nada en especial. La brisa lo detiene ante el banco de la plaza central y allí se sienta. Posa con calma y suavidad su abrigo de terciopelo, en el costado derecho del banco de madera. Respira hondo y profundo el aire que sopla en noviembre, y exhala su aliento de nuevo.
Fija su mirada a tan solo pocos metros delante del banco. Por primera vez entendí que se interesaba en algo, y volví mi mirada al lugar preciso donde éste fijaba la suya. Observé como el viento revoloteaba las hojas secas del jardín, y como las reubicaba de un sitio a otro con fina diligencia y cautelosa paciencia.
Aquel preciso momento se convirtió en un bello y largo instante. También cautivó mi atención. Ineludiblemente me hizo pensar en ella. Pensé en aquella mujer que alguna vez fue mía y que ahora no tengo. Fueron tan vagos y ligeros mis pensamientos como las hojas muertas que movía el viento.
Cuando de pronto me sentí observando al suelo, comprendí que habrían transcurrido algunos minutos. Me di cuenta que mientras observaba a las hojas secas moverse entre ellas, yo pensaba en ella y en nada a la vez. Era igual a estar soñando despierto: sabía lo que había pensado pero no me acordaba de nada.
Me acordé del señor sentado en el banco y retrocedí mi mirada unos metros más atrás. Me impresionó ver que seguía deleitándose con la naturaleza del viento. Su admiración en ello cautivó a tal punto mi curiosidad, que decidí acercármele.
Bajé por las escaleras del segundo nivel donde estaba y al llegar al jardín sentí el olor de jazmín que el viento transportaba. Mientras caminaba rumbo al señor, pensaba en que podría decirle para no asustarle ni incomodarle con mi impertinencia.
Yo seguía caminando, y viéndole de espaldas, aún vigilaba el juego mortal que mantenían el viento y las hojas muertas. El señor, que ni se inmutaba con el frío, me hizo pensar que estaría esperando a que algo especial sucediera. La experiencia de sus años se lo habrían enseñado, al igual que no perderse el preciso instante en el que sucede. Muy cerca de toparme con su espalda, una brisa rebelde tumbaron el abrigo del señor al suelo.
Yo lo recogí. En ese primer segundo, después de sujetar el abrigo de terciopelo, fue cuando creí descifrar lo que el señor venía buscando. Fue uno de esos pensamientos que por lo violento de su aparición parece un instinto, y por lo rápido que golpeó en mi determinación.
Pensé que murió. Murió desde que yo estaba en el segundo piso viendo al jardín. Murió desde que posó su mirada en el suelo de hojas secas. Murió en paz y en solemne silencio. Murió entre olores de jazmín. Murió y no lo dude ni un segundo después de haberlo pensado.
Proseguí caminando y le puse el abrigo por encima de los hombros. Luego me di media vuelta y me marché. No quise ni verle el rostro, y de regreso por el jardín, pensé que murió soñando. Murió justamente cuando yo pensaba en ella, hace unos minutos atrás, cuando también observada al suelo, a las hojas secas, a las hojas muertas. Morbosamente recordé que yo desperté, pero que el señor seguiría soñando por más tiempo. Me llené de compasión y esta vez fui yo quien exhaló una gran ráfaga de humo caliente.
Me reconfortó de tal manera que dejé de pensar en la muerte. Justo antes de salir del jardín, volví mi mirada hacia al banco para dedicarle un último “hasta luego”. Tenía la intención de hacerlo y hasta una pizca de alegría por haber presenciado su muerte. La muerte de un desconocido, pero la alegría de verle morir soñando. Quizás con una mujer, o en el amor, quizás un poco más feliz, y no tan solo como cuando se sentó en el banco. No tan solo como cuando llegó al jardín de hojas muertas.
Después de razonar esto, noté que tenía una media sonrisa en mi rostro cuando decidí despedirme del señor con aquel último “hasta luego”. Me di la vuelta y se me derrumbaron las lágrimas cuando observé que el banco estaba vacío.

- Max.

1 Comments:

Blogger RadioNegra said...

Que buen cuento MAX !

1:29 PM  

Post a Comment

<< Home