Club Literario de Miami

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Wednesday, December 19, 2007

El bullicio

En vuelo franco, pero descendente, va relajado. Pequeño como una mano en puño se regodea con el viento a favor. Los grises y marrones de su traje se engalanan con el tenue rayo de la mañana. Él, que nació desnudo y ciego; él, alborotador y bullanguero, hoy va en vuelo franco pero descendente.

La plaza, la misma de siempre, le espera. Quizás la mujer despeinada, de bolso rojo grande y raído, le traiga de nuevo las semillas que tanto le gustan; o aquel hombre con ávidos colores en cara, el que hace monumentos inflados de colores, le de un pedazo de ese pan duro de ayer. Ha visto mucho. La plaza le ha contado diez años de la ciudad en pena. Besos, miserias, el olor del carrito que en la esquina vende churros y el sonido puntual del subterráneo que cada cinco minutos estremece las ramas del árbol donde posa sus patas bochincheras cansadas de dar saltitos alegres.

Se cuela por la ventana del piso dos. Del samán a la tela metálica levantada hay sólo unos aleteos. Sólo se asoma. No quiere extraviarse en la ruta y tropezarse con esa pared cristalina que le impide regresar a la plaza. No quiere recordar la sensación de su pequeño corazón como tambor en fiesta. Esa vez tuvo suerte. Las manos nobles lo llevaron de vuelta al bullicio. Apenas lo apretaron y luego lo empujaron a su terraplén cotidiano. Esta vez no quiere arriesgar. Sólo quiere saciar su glotonería.

Él, que apenas salió hoy del hospital, decidió ir a la plaza de la esquina. Con la vida llena de ganas. De desahuciado a caminante. Esas ramas que se asomaron durante tres meses por la ventana de la habitación tienen raíz. Ese pequeño juguetón, el que posaba sus patas en la rama con la "S" en el medio, ahora tiene otros elementos añadidos a su rutina de rascarse el pico, peinarse el plumaje y reposar su cabeza entre las alas. Hoy al caer la tarde junto a miles se reunirá en su dormidero bullanguero. Ese sonido que apreciaba tenue, como una trompeta con sordina, ahora lo disfrutará nítido, en estéreo.

Lleva puesto el pantalón negro que le regaló Alejandra. Ese que estuvo a punto de estrenar aquella inolvidable tarde de junio en la que se disponía a tomar el transporte público para ir al cine a encontrase con ella. Pero decidió usar esos jeans que le daban suerte. Esa precisa tarde cuando una bala distraída le perforó el costado y casi le arrebata la vida.

Tendido en la plaza, con el charco púrpura rozando sus dedos, ve en desenfoque a un ave desprevenida hurgando migajas. Al mismo tiempo se acercan tacones, botas y sandalias. Escucha voces. Llamadas telefónicas de emergencia.

La sirena de la ambulancia marca el ritmo descendente. Las alas inertes ya no hacen el movimiento perpetuo que le permitió revolotear la plaza durante 10 años. Tendido en el cemento, entre las hojas caídas del samán, yace el gorrión, el que nació desnudo y ciego.

Junio

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